Veo besos en mis libros.
Las ficciones se llenan de labios que
al moverse
no dejan de brillar.
Se unen las bocas.
De a dos.
De a tres.
De a docenas.
Son cientos tal vez.
Veo besos en revistas
en tarjetas
en los carteles publicitarios
en la sombra de la propia sombra
donde la gente oculta
la noche anterior.
Besos.
Y el aire que corre por la calle
se vuelve roce
que viaja como flecha
entre articulación
y articulación.
Besos.
Los que se me escapan.
Los que duelen
por ausentes.
Los que invento en la memoria
y doy vida en el texto.
Besos azules o turquesas.
Diferentes,
y sin embargo,
conocidos.
Cercanos.
A un soplo, a un respiro de distancia.
A una vuelta de la esquina.
A un cierra y abre de párpados
mojados
-no es llanto, es deseo-.
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