martes, 26 de junio de 2012

Ausencia



De todas las historias,
de todas las ausencias,
la suya es la más triste.
Desde su partida,
la soledad se ha vuelto 
roja y brillante
y con ese nuevo fulgor mortesino,
se estrella suave
contra mis sienes;
si salgo, mi estimada,
no llevo más adorno que ese.

Desde su ida
las ventanas de este cuarto
permanecen cerradas;
todas las noches,
la noche las golpea
con delicadeza absoluta y solemne:
no las abro,
me rehuso a ser conciente del tiempo.
Me quedo en la mecedora,
la que una vez fue suya...
y desde allí, 
ocupando ahora su lugar,
admiro el hogar ardiente
y lo ágil de los sucesos
cuando acontecen
y se suceden los unos a los otros,
con intención deliberada.

Mi muy amada,
qué tanta es la distancia
entre usted y mi nostalgia.
Cuánta sal,
cuánto acero cruzará mi pecho
antes de que su imágen,
hecha carne,
reverdezca mi cuerpo.