¿Y si por una vez me elegís? Si por una vez me mirás y dejás que tus ojos sean ojos, sin polvillo de por medio, sin tics, sin velos. Si sólo po-r-es-ta-ve-z, y no lo contamos a nadie, me adorás de verdad: sin recuerdos, sin prejuicios, sin espectativas... Si por unos minutos inagotables de segundos, dejás de idealizarme, para saberme humana y, aún así, apetecible, querible, tocable. Si solo por esta vez, de verdad, me eligieras.
Mi poeta. Mi eterno poeta. Qué poco somos el uno para el otro. Siempre presentes; un siempre intermitente, incapaz de lograr forma ni tomar color definido; siempre ausentes, pecadores de la religión que nosotros mismos inventamos. Siempre. Nunca. Errados los dos, creyendo que lo tenemos superado. Acertados ambos, cuando el beso que no será, nos desnuda la risa.
Tranquilo, ya te he dicho antes y lo repito: no te amo. No podría. Mirarte es mirarme. Cada vez que veo el espejo devolviéndo mi imágen... En donde están mis mejillas, veo tus oyuelos. Donde mi risa, tu labio adormeciendo una palabra infinita. Donde mi sien, tu cabello ondulado cayendo rebelde y egoísta. Te veo. No te veo. Me miro. Pienso. Pienso que quizás en otra época... en otra vida. Quizás con las decisiones que no tomé. Quizás si siguiera fumando... O perdiéndome en la noche azul o gris, o negra. Tal vez si esa noche no me hubieras dejado ir. Tal vez, si en aquella tarde que la madre de las casualidades te trajo a mi, no te hubiera dejado atrás. Pienso. Medito. Caigo en la risa otra vez y es que, en realidad, todo está bien. Para qué más que esto. Para qué menos. Los dos volvemos a la vida de vez en cuando y eso es perfecto. Casi sin quererlo, nos sentamos a los pies de la cama del otro en cada siesta y miramos. Se de tu insomnio forzado y premeditado, así como vos presentís el miedo que oculto en los pliegues de mi blusa. Conocemos tanto los encantadores rebusques del otro, que la distancia no nos castiga con el tiempo, más que castigo es un premio. Pues con ese regalo, el reencuentro es más que completo.
Y sin embargo, he aquí la mujer hablando. La simple. La que sufre de histeria y ansiedad, la que cela, la que extraña, la que se culpa, la que pregunta. ¿Y si por una vez me elegís? Si por una vez nos olvidamos de todo. De las leyes, lo correcto, lo que se debe. Si por un día dijéramos todo y nos volviéramos uno.
Dibujo tu imagen en el aire con cada parpadeo cansado. Me duermo. Es tarde, es viernes. La luna en mi ventana me habla de poesía y cuentos. Me narra el silencio, una historia de de zapatos viejos y caminos polvorientos. Escribo, pero mientras escribo pienso en otra cosa. Pienso en el invierno. En cómo me gusta el frío y lo mucho que me duele la cabeza. Frases inconexas, imágenes que no debieran tener nada que ver una con la otra. Me vienen nombres a la memoria: Matías, René, Soledad, Juan, Ernesto, Blanca. ¿Los conozco? No creo. Por un instante recuerdo mi pregunta inicial y no obtengo motivo que la haya disparado. Pero ahí está. Latente. Inquieta. Rebotando de una neurona a la otra. Ruidosa. ¿Respuestas? No quiero respuestas. No quiero oír lo que vas a decir. Te prefiero poeta. Te prefiero lejano.
Mi pregunta fue solo una debilidad. Un segundo de competitividad insalubre y de saberme única, irrepetible, deseada, sin estar realmente segura de serlo.