Saberte en espera.
Me molesta todavía más,
que no me quieras.
Adivinarte en días enteros
feliz indiferente
a todo esto que soy.
Me duele.
Me rompe.
Me acierta.
Me apasiona.
Me conmueve.
Pienso en las bandas sonoras
y en el cotidiano.
En confesar
que hay una canción
escondida en mi playlist.
Pienso en los relatos
que vomito y que te niego
convenciéndome
en el espejo
de que ahora si,
de que claro,
de que era esto.
Fantaseo calor y cuerpos
-una cita en un club al que no iríamos ni amenazados-
Entre el humo y el ruido y la gente toda gris
tu voz y tus manos me invitan al reservado,
yo presiento los colmillos y sin embargo...
Me molesta todo.
Quererte.
Que me quieras.
No querernos.
Me desconcierta esta
quietud atolondrada
y me siembra también.
-Me sembrás vos-
Cosecho después las uvas de tu campo
las piso, las bailo,
las escondo en barriles
de sinrazón
que cada tanto ataco
y me bebo el vino (que no decanto)
y ya que estoy
me emborracho.
Claro que molesta. Si el querer está hecho de inquietud, si lo único quieto es lo muerto (y no confundir: es lo insensible y no la ausencia).
ResponderEliminarY es además una falsa espera (no confundir ahora lo impercibido con lo ausente).
Atolondrada también es la forma más linda de la embriaguez: con los sentidos colmados, llena de miel.
Sigo pensando en formatos ¿qué tal un intercambio epistolar?