Me pide pruebas de vida.
Asalta mi madriguera tibia,
redobla las conjeturas y apuestas,
desacompasa mi ritmo entrenado
y además,
pretendiéndolo todo,
pide pruebas de vida.
Brama.
En medio de la calma, brama.
En medio del nido silencioso,
-sobre los jirones de las cientos
de cartas, cuentos,
prosa
y poemas
e infinitas palabras
que por él
se me han resbalado al texto-
brama,
pide,
solicita,
pretende,
quiere,
exige,
una vez más, mi voz.
Su serpiente
se esconde bajo
las pieles del oso que podría ser
y se me acerca
-soy el animal
que hiberna quieto y ausente-
me huele,
me toca,
susurra siseos
que se enraizan por allá
en lo hondo de la conciencia.
Entonces
se aleja,
escala a una cima
-la de siempre-
y desde allí,
incluso al borde de la desnudez,
pide, exige, pretende.
¿No me ve tiesa ya?
¿No me ve definitivamente blanca?
¿No me intuye en el final?
¿O lo sabe y no le importa?
Acaso la nostalgia
el mismo idioma
las imágenes compartidas
la travesura
la sonrisa.